viernes, 25 de marzo de 2011

Flamas del fuego que arde sin destruir

Dicen que las palabras son murmullos del alma, y las frases los pensamientos silenciados, el silencio, ese silencio que se tiende como cortina entre mi espacio y el sol negándome la posibilidad de sentir las caricias de sus rayos.
Así es como el silencio yergue un muro entre dos personas que prefieren silenciar a enfrentar sus miedos, rabias, temores.
Cuando proyecte mi vida a dos, no pretendía más que caminar mano a mano con alguien, jamás creí tener las respuestas a sus dudas, miedos, y menos aún tener el antídoto a sus males. Igual el no tenia las respuestas a mis ansiedades, apenas pretendía que juntos partiendo de un instante común camináramos lado a lado.
Escribir una historia en común, una historia que cualquiera pudiera en algún instante tomar sus hojas en blanco y continuar esa hermosa historia que un día acometimos. Sin necesidad de releer sus líneas, pues siempre sabríamos desde que punto continuar.
Es difícil cuando llevamos a cuesta el pasado que negamos olvidar, dejarlos anclados en el espacio de tiempo que realmente tuvieron.
He aprendido desde pequeña que cada acción de nuestras vidas tiene una respuesta inmediata, ella puede ser buena o mala, depende que hayamos hecho.
Recuerdo las tardes que recorríamos descubriendo espacios nuevos, redescubriendo nuevamente sus fragancias, sus colores, sus aromas, mano a mano, alimentar una vida restricta con la seducción de la adolescencia, una manta sobre la yerba una merienda, una comida bajo las copas de árboles. Acciones que como el tiempo quedaron en un pasado. Silencio que yergue el gran muro de un mundo en paralelo, donde las miradas, los sueños se distancian de su eje principal, y donde la mente comienza a procurar las razones, razones que para el corazón, el afecto y el amor no son siempre justificadas. Silencio que nos enseña mas que a oír, a escuchar las notas del aire que descubren que vivir es un gran reto. Y muestran sin preguntar el verdadero valor que tienen los ínfimos detalles, pero que día a día alimentan las flamas del fuego que arde sin destruir.

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